viernes, 23 de noviembre de 2018

Felices 32!!!

Estoy a puertas de cumplir 32 años y aunque este año no habrá una gran fiesta porque esos tiempos quedaron atrás, sí tengo que reconocer que hay muchos motivos para celebrar. 

Empecemos por mí. Todos los días las estrías en la panza y la lucha por entrar en los jeans, me recuerdan que este cuerpo ha tenido la fortaleza y la bendición de traer al mundo a dos niños sanos y maravillosos. Qué más da que mi talla sea la misma de mi edad! 

Yo me veo en el espejo y señalo las manchas en la cara, las ojeras bien marcadas y la calvicie que me ha producido la lactancia; sin embargo, hay unos ojos enamorados que me miran y me dicen: “Estás hermosa”. Se me estremece el corazón. 

Nos hemos ido quedando solos en el proceso, hemos perdido interacción con adultos sin hijos, hemos reservado nuestros fines de semana para parques y centros de juegos. Ahora son pocos los amigos que nos quedan pero son de esos que valen la pena, que no tienen miedo de abrazar, que no juzgan, que quitan los miedos, que nos hacen reír de nosotros mismos. Esos de los buenos!

Y como uno vuelve al lugar en que más amó y más le amaron, hemos vuelto a compartir tiempo con la familia. Ya “viejota” y sigo necesitando los abrazos de papá y mamá que curan todo, pidiendo su consejo porque ellos de ya vivieron lo que nosotros estamos aprendiendo y contando con el apoyo constante de esa familia que no es política sino ya es propia. 

En 32 años he tenido tantas bendiciones: salud para disfrutar de esos besos babosos, de esas risas sin dientes, de una cena silenciosa cuando los niños duermen; paz porque mis hijos son cuidados y mimados por sus abuelos (y quien fue mi nana); amistades llenas de complicidad y cariño.

Hay mucho por aprender, hay mucho por recorrer así que vengan otros 32 más!

jueves, 30 de agosto de 2018

El milagro de la vida

El nacimiento de Juan José tuvo un lado A y un lado B porque fue largo y doloroso. María Emilia, en cambio, apenas y me dio tiempo a quejarme. Luego de varias amenazas, ella decidió que se impondría desde el día de su nacimiento.

El día que me iban a inducir el parto, nos levantamos y nos encomendamos a Dios, nos preparamos, llevamos a Juan José a la guardería y fuimos al hospital. El médico me había mandado a tomar una pastilla que facilitaría las cosas y yo seguí las instrucciones al pie de la letra.

Nos instalamos en la habitación a ver el partido Polonia - Senegal, intercambiando comentarios respecto al fracaso de la "polla mundialista" y pidiendo a mi mami que traiga algo de comida de contrabando. Con el pasar del tiempo, empezaron las molestias y las contracciones pero como no era mi primer bebé, pensé que esto sería más fácil y menos doloroso. (Spoiler alert: No lo fue!)

A medio día, empecé a darme de botes en la habitación porque el dolor se volvió más intenso. Recordé todos esos videos de mujeres que empiezan a bailar mientras están en labor de parto pero yo no podía ni levantarme, así que las odié. Pasada la 1 de la tarde sentí que me llevaba la huesuda! Los doctores aseguraban que todavía no era tiempo y que deberíamos esperar unas horas. (Spoiler alert: Ya era tiempo!)

La cosa es que me iban a hacer el favor de ponerme la anestesia para quitarme el sufrimiento pero María Emilia tenía otros planes y decidió empezar su nacimiento en el ascensor, por ahí entre el segundo piso y la planta baja. Al darse cuenta de eso, se desató el caos: el conductor de la camilla iba atropellando a cuanta persona se le cruzaba para poder llegar a la sala de partos, los médicos gritaban y el papá que corría detrás casi se atrasa al alumbramiento porque tenía que cambiarse de ropa.

Desde mi perspectiva (acostada en la camilla) todo era una locura: los gritos, las bruscas maniobras del camillero, la furia desatada de mi esposo, la ausencia de mi médico de cabecera y yo tratando de contener a María Emilia para que no nazca en frente de todo el mundo.

Afortunadamente, la contuve lo necesario para que su papá pueda verla nacer y tomarla en brazos para amarla toda la vida. Desde ese día de junio nuestra familia, al fin, estuvo completa.



Nuevos miedos y un poco de culpa

Mi segundo embarazo ha sido un torbellino de emociones, esto se remonta al día en que recibí los resultados de la prueba de embarazo. No esperábamos esa noticia por temas laborales, familiares y personales. En fin, creía que no era el mejor momento. Inmediatamente, comencé a mortificarme por pensar así.

Todo el proceso fue durísimo porque tuve muchos estragos, tenía que atender a mi hijo de un año y poco quien todavía quería que mami le haga “upa”, esto terminó con mami hospitalizada un par de ocasiones. Recuerdo que estaba cansada todo el tiempo, no quería salir ni socializar, tampoco organicé el baby shower de María Emilia porque me ganó la fatiga, dejamos la decoración del cuarto para última hora y eran muy pocos los espacios que tenía para hablar con ella en mi pancita.

Juan José, por otro lado, empezó a sentir las consecuencias del cansancio y ansiedad de sus papis. A saltos y brincos ingresó a la guardería (antes de lo que habíamos planificado) para que tenga oportunidad de socializar con otros niños antes de la llegada de su hermanita. Le costó mucho adaptarse porque pasó de ser el “centro del universo”, mimado y consentido por todos, a ser un niño más de la lista.

Lastimosamente, mi pequeña se nos enfermó al mes de nacida y tuvimos que estar unos días en el hospital, al parecer, Juan José le había contagiado el resfriado y teníamos que mantenerlos separados. Él enfrentó un nuevo cambio, salió de la guardería y empezó a pasar el día entero donde sus abuelos mientras que María Emilia pasa conmigo. Yo me volví obsesiva con los gérmenes, me llené de nuevos miedos y siento que relegué mucho a mi pequeño.

María Emilia se ha convertido en una adorable intrusa para su hermano ya que ella le roba la atención de sus papás, pasa mucho en los brazos de mami y todos se preocupan cada vez que llora… y llora a cada rato! Además, le parece una niña aburrida porque no juega con él, no coge los juguetes que le presta y tampoco le responde cuando le habla. No importa lo que hiciéramos para pasar tiempo con él, ya nada volvería a ser como antes.


En fin, creo que la maternidad es un aprendizaje constante y siempre sentiremos que podemos hacer más por nuestros hijos. Estoy muy agradecida por la paciencia de mi compañero de aventuras porque este viaje me resulta impensable sin su apoyo. 

¿No será hambre?

 Hace unos días vi un meme que me recordó a un episodio que viví hace como cinco años y es una historia que todavía me sonroja cada vez que ...