jueves, 29 de septiembre de 2011

El trago como lubricante social. Capítulo II

Hace varios meses escribí el Capítulo I de la que podría ser una "saga" de libros más grande que Harry Potter: El trago como lubricante social. En ese post se exponían los antecedentes de por qué al ecuatoriano promedio le encanta el trago. 

Durante esta época me he visto obligada a hacer una fuerte investigación de campo, utilizando las margaritas y la cerveza como objetos de estudio. Luego de varias copas, se va aflojando la lengua, se van exponiendo sentimientos y hasta se va disminuyendo la ropa. No me creen? Está científicamente demostrado que el alcohol aumenta la líbido de las personas, por eso es que muchos se sienten identificados con la película ¿Qué pasó ayer?. Y no hay como negarlo, después de unos cuantos tequilas, hasta el muchacho de ojo chueco puede empezar a verse atractivo. 

Les propongo un experimento: Cuando vayan a una noche de fiesta, fíjense en un par de personas que estén bailando y que no sean pareja. Al inicio de la noche van a bailar reggaeton de una manera relajada, con ciertos toques "sensuales" pero tres o cuatro cervezas más tarde, esa pareja está bailando un perreo sucio de alcantarilla, duro y hasta abajo. En la mayoría de casos, acompañada de besos y caricias por debajo del cinturón. 

El Ecuador es un país bebedor. La diferencia no es quién bebe ni cuánto bebe, la diferencia está en lo que se bebe. Hay quienes se embriagan con un buen whisky y al día siguiente se levantan como que nada hubiera pasado. Hay quienes beben ron o Zhumir y al día siguiente no pueden levantarse o solamente reptan a la marisquería más cercana para desayunar encebollado con cerveza y pasar la resaca. Lastimosamente, hay quienes hacen caso omiso a las advertencias y beben alcohol artesanal que ha adulterado y ni siquiera se levantan. 

Pero los más peligrosos son aquellos que beben el alcohol que su estatus y su bolsillo les permita y se suben detrás del volante de un vehículo sin considerar la magnitud de los riesgos tanto para ellos como para sus acompañantes y las personas que se movilizan en la ciudad. Es por eso que personalmente prefiero escribir este post manifestando ante el mundo que son un "Conductor R(d)esignado" que se respeta antes que estar escribiendo un obituario.

Mentiras blancas...

Desde pequeña aprendí el discurso de que la mentir es la peor ofensa que se le puede hacer a una persona porque no solo los herimos sino que menospreciamos su inteligencia al creer que nuestros inventos pueden ser creíbles. Así me engañó Disney también porque me emocionaba tanto al leer cuentos maravillosos como la Bella Durmiente o la Sirenita que terminaban en un final feliz y la bruja malvada tenía su merecido. Pero al crecer, y con la primera ruptura de un corazón adolescente, me di cuenta que eran patrañas.Y que la vida no tiene final feliz, solamente tiene un final.

Sin embargo, quiero detenerme en un poquito en mi infancia. Aquellos tiempos en los que me costaba estirarme para apagar la luz y tenía ese sentimiento de triunfo cuando tocaba el interruptor. Esos tiempos en los que temblaba de miedo porque me había comido los chocolates de mi papá y temía confesar la verdad porque seguro me iba a regañar y privar de chocolates en los próximos días. Pero también creía ciegamente en Papá Noel, en el Ratón de los Dientes y en que si no como la sopa, se me iban a caer los dientes.

También recuerdo que fue en esa época cuando aprendí sobre las mentiras blancas. Por ejemplo, cuando sonaba el teléfono y del otro lado de la línea estaba esa señora insoportable que mi mamá detestaba porque le ponía al tanto de los chismes de todo el vecindario. De esas señoras que se meten en la vida ajena porque son más interesantes que las suyas propias. Tengo la imagen de una Mini Ani, sosteniendo el teléfono, con los ojos muy abiertos y tartamudeando cuando me preguntaba "Está su mami?" mientras tenía a mi madre del otro lado diciéndome "Dile que no estoy".

En ese tiempo no entendía lo que debía callar porque simplemente era "Políticamente incorrecto", solamente me manejaba con aquello de las mentiras blancas y las mentiras de cualquier otro color. La división básicamente era la siguiente: Las mentiras blancas eran las que decían mis papás y todas las demás eran las que yo decía para salvarme, al menos, hasta ser descubierta. Pero con el tiempo y la experiencia uno va perfeccionando el viejo arte de maquillar la verdad ya sea porque teme herir a quien ama o porque debe cuidar lo que es suyo.

Hoy siento que he mentido, he violado lo que siempre he defendido.. Mi derecho a hablar! Sé que no tengo una mordaza en la boca ni una amenaza por escrito. Pero así como aprendí de pequeña que debía callar ciertas cosas, hoy tengo que callar muchas otras porque al parecer mi preparación y desempeño profesional no son suficientes sino que se requiere poner plata y persona.

Yo solo me pregunto... De qué color serán estas mentiras?

¿No será hambre?

 Hace unos días vi un meme que me recordó a un episodio que viví hace como cinco años y es una historia que todavía me sonroja cada vez que ...