lunes, 25 de octubre de 2021

¿No será hambre?

 Hace unos días vi un meme que me recordó a un episodio que viví hace como cinco años y es una historia que todavía me sonroja cada vez que la cuento.

Varios meses después de que el J nació empecé a sentir un dolor en el abdomen, primero pensé que era gastritis y que la mejor alternativa era desayunar contundentemente. Entonces comí arroz con carne al jugo con huevo frito encima y un batido de oreo como para ir bien comida a la oficina. 

El dolor no pasaba y se me ocurrió que podía ser cólico, por lo que llamé a mi doctor y le expuse mis síntomas. Me dijo que lo que le contaba no cuadraba nada con mi autodiagnóstico y que lo mejor era ir a emergencias. No estaba convencida. 

Estaba terminando de darle de lactar al J cuando intenté incorporarme y no pude, no podía levantar el tronco y decidí que iría al hospital un ratito. Me fui sola y en taxi porque estaba segura que era algo sencillo y que estaría de vuelta enseguida. 

Cuando llegué, tuve que exponer mi caso, incluyendo el detalle de mi desayuno, a la enfermera de triaje, al emergenciólogo, al interno de cirugía, al cirujano y a la anestesióloga, porque resulta que tenía apendicitis y tenían que operarme peeeeero no podían porque había comido como hipopótamo. ¡Tuvieron que esperar cerca de 6 horas para poder ingresarme a quirófano! 

Sobra decir que tuve que esperar como una semana para poder retomar mi dieta habitual, aunque les bajé un poco a los desayunos "reforzados". 

Si se preguntan cuál es el meme que vi, es este:

lunes, 9 de noviembre de 2020

Quién es la man del espejo y por qué me mira así?

Creo que varias veces les he contado que ya no reconozco a la mujer que se refleja en el espejo. Esa persona despeinada, mirada cansada, cutis maltratado y que llora más seguido de lo que quisiera reconocer. 


Facebook me recuerda, como quien pone sal en la herida, los logros que conseguía profesionalmente hace 5 años cuando viajé a España para posicionar el proyecto de foto, las entrevistas y los cinco minutos de fama mientras terminaba de hacer mi maestría. A los casi 30 me sentía bonita y próspera, como en la película. 

Hoy, tengo que hacer cálculos con el celular porque la neurona no me permite procesar demasiada información. Si voy al super, es muy probable que me olvide de llevar la lista que escribí durante tres días. Empiezo a leer un libro y es posible que me demore dos meses en terminarlo porque llega la noche y no puedo retener ni las dos primeras oraciones que leo. 

Mi cuerpo también ha pagado el precio de dos embarazos y algunos kilos extra (sumados a los de la cuarentena). Hay días en los que me choco contra el reloj y digo "ni modo, mañana me baño", "hoy no troté, ni modo, me comeré estas yuquitas fritas", "estoy al borde del colapso, mejor horneo galletitas y pan de yuca". 


No me arrepiento de ser mamá, no me arrepiento del amor que recibo cada día con abrazos y besos babosos. Ustedes no se imaginan lo hermoso que se siente que una mano chiquita apriete la tuya para dormir, para cruzar la calle, para ahuyentar los monstruos y para consolarme. La Emy no puede ver a alguien llorar sin cantarle "No puedo verte triste, porque me mata, tu carita de pena, mi dulce amor..."

Solo que extraño mi vida, tener un espacio para mí, depilarme, maquillarme, bañarme. Caminar y robarme las miradas por guapa y no porque tengo manchas de sopa o helado encima. Poder tener una conversación con alguien sin que hayan llantos y berrinches porque no les presto atención. 

Sé que van a crecer y que harán su vida sin mí, que serán independientes y que tomarán sus propias decisiones. Solamente espero que para entonces, todavía funcione mi cerebro y todavía me reste un poco de energía como para retomar MI vida. Lo único que sé es  que si todavía conservo algo de cordura es porque tengo a mi lado a un compañero maravilloso que me tiene más fe de la que yo podría. 


Espero que solo sea el cansancio el que está hablando pero siento que no soy la única que se siente así, que ama a sus hijos pero no dudaría en mandarles a China por una semanita!

domingo, 6 de septiembre de 2020

No son nuevos retos, son nuevos aprendizajes

Hasta hace unos meses, me había etiquetado como una persona "negada para la cocina", no solo estaba segura que no sabía cocinar sino que me parecía aburrido. Sin embargo, la cuarentena nos obligó a replantear muchas cosas, entre esas, la cantidad dinero que se puede gastar cuando uno come fuera o pide comida a domicilio. 

En marzo de este año, me encontré frente a frente con la cocina y tuvimos que empezar a conocernos y a hacernos amigas. Al principio, siempre estaba con el celular mirando videos con recetas tan básicas como el arroz, el refrito o la crema de espinaca. Saqué del fondo del cajón mis tazas y cucharas medidoras porque tenía que seguir el proceso al pie de la letra. 

En más de una ocasión se me pasó la cocción, me faltó sal, se me secó la carne o me olvidé de un ingrediente y así... Llevar el plato a mis comensales era como si estuviera en reto de eliminación de Master Chef. 


Poco a poco le fui perdiendo el miedo, poco a poco fue escogiendo la sazón, reemplazando productos por los que estaban a punto de caducar. Debo confesar que todavía no me siento del todo confiada y tengo muchas recetas escritas para que no me falle nada pero ya se algunos truquitos, ya sé cómo salvar una merienda sin pedir a domicilio o recurrir al (buen) atún. 


La cuarentena ha sido un tiempo de (re) conocimiento y crecimiento personal, de nuevos aprendizajes, de soltar el control y entender que no siempre todo nos sale perfecto. Así que, una vez vencido el miedo a incendiar la casa, he podido disfrutar de los nuevos aromas y sabores, de nuevas recetas que vienen de las abuelitas y de las amigas, decir "te quiero mucho" con una empanada o un emborrajado y lo que más he amado en este tiempo es preparar golosinas con mis peques y luego escucharles decir: "mami, esto me gustó muchísimo, tenemos que hacer de nuevo". 


No sabemos cuánto tiempo más dure la pandemia pero la espera no es tan mala cuando estás rodeado de tus seres amados. 

miércoles, 13 de mayo de 2020

Historias de cuarentena - Capítulo 3

Hoy ha sido un día extraño para mí. Me fui de llanto en media reunión de padres de familia por Google Meet (sí, lágrima, moco y baba en HD). Cuando empecé a hablar de cómo veo a mi hijo en las clases y lo duro que resulta pedirle que se siente en el computador y ponga atención, las lágrimas brotaron a borbotones.

Terminé mi intervención como pude y desactivé video y micrófono porque sentí mucha vergüenza y coraje conmigo al no poder contener mis emociones en una reunión de adultos que apenas conozco. Luego me disculpé por perder la compostura y traté de seguir la reunión como si nada (claro, como si eso fuera posible).

Creo que no me había dado cuenta de lo agotada que estoy, de lo frustrante que puede ser el homeschooling cuando la vocación no te da para eso, de lo abrumador que resulta tener llantos y peleas de dos pequeños todo el día: quiero ver Peppa, quiero teta pero hecha por ti y no por papá, la Emy me mordió, el Juanjo me quitó el caramelo y así 24 horas, 7 días a la semana por dos meses consecutivos.

Afortunadamente, estos días estamos compartiendo la cuarentena con mis papis quienes, junto con el hubby, supieron burlarse de mí vergüenza y hacerme reír durante el resto de la tarde. Nos tomamos una copa, jugamos jenga, comimos golosinas y cogimos impulso para un nuevo día.

Lo más hermoso de todo es que mis pequeños me cubrieron de besos, me dijeron que me aman y la vida tomó otro color. Para cerrar la noche, el Juanjo me dijo: “Mami, me gusta que haya coronavirus”, evidentemente, le pregunté por qué y su respuesta me caló profundamente: “Porque he podido estar mucho tiempo con ustedes, lo único que quiero cuando se acabe es irme al parque y a patinar en hielo”.

Mientras hay días en los que yo quiero botarlos por la ventana, ellos disfrutan teniendo todos los días a sus papitos. Creo que tengo mucho que aprender de mis pequeños diablitos... Pero eso sí, no pienso asomarme a las reuniones de padres de familia en un bueeeeen tiempo. 

sábado, 2 de mayo de 2020

Historias de cuarentena - Capítulo 2

Seguramente alguno de ustedes escuchó aquello de que "la ciudad más limpia no es la que más se barre sino la que menos se ensucia". Si llevamos esta premisa a nuestra casa, no calificaría como limpia porque mientras barremos por tercera vez el comedor, ya tenemos que volver a aspirar el dormitorio y limpar el yogurt que se regó en la sala.

Tengo la teoría de que nuestros hijos tienen miedo de perderse en el depar y van dejando migas por todo lado para poder llegar de nuevo a las golosinas. Los he visto regar el hielo en el piso y comer de ahí, al principio eso me preocupaba pero ahora pienso que es una forma de fortalecer sus defensas y generar anticuerpos.

En estos tiempos de caos, aprovechamos el feriado para lavar las cortinas (las huellas de galletas Oreo no combinan) y mientras empezamos a colgarlas de nuevo, nuestros hijos aprovecharon para bailar el jarabe tapatío en una de ellas. Lo que en un momento era un par de cortinas blancas y limpias, pasó a convertirse en flecos plomos y desastrosos; es como si un gato montés hubiera querido huir de mis hijos y se hubiera trepado en las cortinas (no podría culpar al gato por intentar salvar su vida).

En ese momento, con una profunda frustración encima, me acordé que cuando éramos pequeños y algo estaba viejito, nos decía que es mejor que se vea el cosido y no el roto. Entonces, me puse a buscar mi caja de galletas, más conocida como "costurero", donde guardo 2 hilos, 2 agujas, un botón y una tijera. Sin tener idea de cómo empezar (aunque en la escuela tuve clases de costura por 3 años o más) me puse manos a la obra.

Cinco minutos después, pensé que mis papás perdieron plata cuando invirtieron en mi educación y que, seguramente, mi mamá preferiría el roto a mi cosido. Mi esposo, viendo esa obra (y como sabe llegarme al corazón), me dijo "tranquila, mi amor, al menos tú tienes la mínima noción de lo que es coser. Yo ni eso". (Consuelo de bobos, será).

Mi Juanjo, como es un caballero andante (cuando quiere) me dijo: "Gracias, mamita por arreglarme la cortina. Para que no te canses, otro día coses lo que falta". Y yo: "Cómo que lo que falta!". Resulta que soy tan enana que no vi que todavía quedaban tres arañazos más en la esquina de arriba de la cortina... pero ese será problema de la Ani del futuro, hoy voy a aprovechar el silencio de la casa para poder recargar baterías para la batalla de mañana.

miércoles, 29 de abril de 2020

Jugando a la escuelita en casa

La cuarentena ha significado muchos cambios en nuestra vida cotidiana. Para quienes tenemos hijos, la suspensión de clases lleva consigo el tener a los niños a tiempo completo en la casa y, además, con la misión de jugar a la escuelita, el teletrabajo (para quienes todavía tienen la suerte de conservar su empleo) y también atender todos los quehaceres del hogar. 

Como saben, nosotros tenemos dos pequeños diablillos de 4 y 2 años, lo cual equivale - más o menos - a tener una licuadora con la tapa abierta durante 24 horas y los 7 días de la semana. Ya desde hace algún tiempo dejamos de contar los días de confinamiento y solo contamos los días por las veces que comemos. (Agradecemos mucho al cielo que no nos falta comida en la mesa)

En fin, una vez que decretaron que no habría regreso a clases, las clases virtuales dejaron de ser una opción y pasaron a ser una obligación tanto para el J como para mí porque él todavía necesita ayuda para manejar las plataformas virtuales.  Si bien es una hora diaria, dividida en dos clases de 30 minutos (sí, no parece mucho pero es un montón!), esto implica que debo poner pausa a la limpieza, a la comida y a la Emilia (¿?) para sentarnos frente a la computadora y tratar de atender a clases, entendernos entre interrupciones de los pequeños o de la tecnología y procurar seguir con el proceso. 


Debo confesar que para mí resulta sumamente estresante todo esto. Primero porque mi hijo tiene pulgas en el poto! Se mueve hasta caerse de la silla, se distrae a cada minuto, responde cualquier cosa  solo para molestar y, así, una larga lista de etcéteras. Yo, tras bastidores (empijamada todavía), muero de angustia y me siento tentada a soplarle las respuestas o darle haciendo las actividades porque... "qué vayan a decir". (Seguro dirán que es un niño de 4 años y que su comportamiento es NORMAL, no como el mío).


Luego de las clases en línea viene el segundo tormento mutuo porque tenemos que trabajar juntos en las actividades de refuerzo. Me preparo psicológicamente para eso, hago ejercicios de respiración y empiezo siendo un pan de azúcar, "mi vida, vamos a hacer un circulito con el color que tú elijas", "por favor, esta vez trata de coger bien el lápiz y no salirte de las líneas" pero termino sacando la Hitler que hay en mí, levantando la voz y diciendo cosas como "pero cuántas veces te tengo que decir"; lo cual viene seguido de un irremediable sentimiento de culpa.

Todo esto me lleva a aumentar mi profunda admiración por los guaguas y su infinita capacidad para adaptarse a los cambios, para siempre verle el lado amable a la vida y contentarse con pequeñas cosas cotidianas. Valoro mucho la paciencia, la dedicación y el cariño que le ponen los profes a esta situación, no debe ser fácil preparar una clase para niños tan chiquitos, hacer malabares para mantener su atención y luego, tener que lidiar con nosotros.

(Profe del Juanjo, si alguna vez me lees... Gracias por todo lo que haces, esta familia te quiere mucho!). 

Estoy segura que esto pasará, espero que la experiencia del homeschooling no sea tan traumática para mis pequeños. Confío que cuando sean grandes y podamos conversar de esto, tengan bonitos recuerdos de esta difícil época, por ahora, mis pequeños se han ganado el "diploma oruga" por brindarnos cada día el empuje para seguir adelante.

Papitos y mamitas, sigamos poniéndole ganas! Reciban de mi parte un fuerte abrazo solidario! 

miércoles, 18 de marzo de 2020

Historias de cuarentena - Capítulo 1

Esto de la cuarentena nos golpea a todos y con dos pequeños demonios, cada día hay una nueva historia que contar.

Pongamos las cosas en contexto, yo soy una mamá de tiempo completo pero, por lo general, tengo ayudas externas: el enano va a la escuelita, una señora (muy querida) nos ayuda con en la casa y, los abuelitos de mis gordos son super acolitadores. En tiempo de cuarentena, toda la ayuda foránea desaparece!

Papá, por otro lado, tiene que seguir trabajando. Aunque lo hace desde casa y eso ayuda en las crisis, yo debo controlar a los pequeños para que no lo alboroten mientras está atendiendo reuniones virtuales. No sería bien visto que sus colegas oigan gritos de "No le pegues a tu hermana!", "Bájate de ahí, te vas a caer del mesón!", "Por favor, no lamas el piso" y una serie de etcéteras.

Hemos hecho una rutina diaria: levantarnos, desayunar, hacer actividades manuales con goma, pinturas y demás cosas que generan desastres, comer fruta, seguir jugando, almorzar, hacer una actividad en la cocina (engordaremos, lo sé), ver una hora de tele (debo confesar que es mi actividad favorita), bañarnos, cenar y dormir.

Hoy hicimos manualidades, como siempre, y luego intenté limpiar un poco la casa. El Jota me dijo que se iba a lavar los dientes y le pedí que me ayude lavándole también a su hermana. Ambos se fueron a jugar al baño y permanecieron ahí por más de 10 minutos. Fue hermoso y escalofriante. Desde el pasillo podía oír su risa y el agua correr y, aunque estaba inquieta, aproveché para seguir peroleando; luego le pedí al papá que fuera a espiar y regresó sin novedades.

Pude terminar de trapear, lo cual ya era una victoria. Pero la alegría del pobre dura poco. De pronto, escuché un grito desesperado de "Mamaaaaaaaaaá" que rompió toda la calma. Corrí a toda velocidad y me encontré un cuadro de terror:

- Emilia con una mezcla de risa y llanto, metida en el lavabo del baño (solo Dios sabe cómo llegó ahí) y con el agua (fría) corriendo. Mojada de pies a cabeza, con zapatos incluidos!
- Juan José muerto de risa, con la camiseta mojada. (Más bien, hecho sopa!)

Cuando pregunté qué pasó, el Jota me dijo que le quería bañar a la ñañita. Y la Emilia solo me dijo, "mami, achachay". Supe que no tendría más información ni más remedio, agarré los dos paquetes, los llevé a la cama, quité la ropa, envolví como tamalitos en las cobijas hasta ver nueva ropa y a trapear el piso.

Luego me arrepentí por no haber capturado el momento con la cámara pero me ganó la angustia y la necesidad de quitarles todo lo mojado. Debo confesar que a veces me vuelvo loca con estas travesuras pero amo la complicidad que comparten este par y confío que mantengan este vínculo por siempre.

¿No será hambre?

 Hace unos días vi un meme que me recordó a un episodio que viví hace como cinco años y es una historia que todavía me sonroja cada vez que ...