viernes, 13 de mayo de 2011

Quito y la paranoia

Quito se ha convertido en una ciudad intransitable por la mala condición de las calles, veredas, avenidas, puentes, parques, entre otros, pero también porque es muy insegura para conductores, peatones y cualquier ser humano. Les voy a contar una historia que ocurrió hace ya algún tiempo pero como hoy tuve un buen susto al salir de la escuelita, decidí contársela.

Como antecedente, yo tenía una pequeña carcachita como celular, pero mi novio decidió deshacerse de ella porque ya no recibía mensajes, no se escuchaban las llamadas y se apagaba sin motivo aparente. Digo sin motivo aparente porque no creo necesario considerar las veces que se estrelló contra el planeta. En todo caso, es así como Pedrito, mi nuevo celular, apareció en escena y desde un principio le cogí mucho cariño.

Tres días más tarde, era una mañana soleada de octubre cuando, a causa del Pico y Placa (un proyecto de la alcaldía de Quito que no ha hecho más que causar dolores de cabeza) tuve que caminar hasta mi escuelita fiscal, nocturna y rural. Lastimosamente, yo no tenía las llaves de la puerta de entrada y me quedé esperando afuera. Precisamente los días que me movilizaba a pie no solía llevar documentos ni dinero en efectivo, apenas tenía unos centavos que empleé en comprarme una empanada de queso.

Esperando que llegue la persona encargada de las llaves, saqué el celular en plena calle – sé que fue muy imprudente de mi parte – e intenté contactarme con alguien para tener una noción de cuánto tendría que esperar (Próximamente haré un post sobre la impuntualidad o lo que tanto se conoce como la “Hora Ecuatoriana”). En ese preciso momento, alguien se paró detrás de mí y me dijo: “Mira que yo no soy ladrón, soy asesino y te voy a matar si no me das el celular”, no solo sus palabras sino toda su presencia me dejaron absolutamente pasmada. Recuerdo como un sueño, haber guardado el teléfono en el bolsillo y haber empezado a llorar sin poder siquiera articular palabra.

Lo simpático de esta historia (Obviamente, ya han pasado varios meses y por eso ahora me parece simpático), es que entré en tal estado de pánico, que el joven en cuestión se arrodilló, me pidió disculpas y me dijo que si le daba dinero se iría sin hacerme daño lo cual me pareció muy considerado de su parte. Por un instante, pensé en brindarle mi empanada, pero quizá ya habría desayunado y podía molestarse pero era lo único que tenía para ofrecerle.

Un taxista pasaba por la esquina de los choques y decidió apoyarme junto con otro conductor que también se bajó de su vehículo y ambos enfrentaron al señor don ladrón. Esta es una de las pocas veces en que la historia tiene un final feliz y que la persona afectada puede contarla, pero eso gracias a que la gente me dio una mano porque basta que alguien tome la iniciativa para que decenas de curiosos lleguen a hacer bochinche. Es verdad que el problema de la ciudad es la inseguridad latente pero más aún que ya a nadie le importa lo que pasa a su alrededor, nos hacemos de la vista gorda ante el sufrimiento ajeno pero salimos de casa haciendo la señal de la cruz y esperando que ese día, no nos toque.

El trago como lubricante social. Capítulo I


Públicamente he dicho que al ecuatoriano promedio le encanta el trago. Así a primera vista muchas personas pueden pensar que exagero pero tengo una serie de motivos por los cuales defiendo esta tesis. La primera y, para mí, la más contundente es que a muchos de nosotros nos amamantaron con Julio Jaramillo. Y esas canciones como “El día en que me faltes me arrancaré la vida” o “Si tu mueres primero, yo te prometo que escribiré la historia de nuestro amor con toda el alma llena de sentimiento, la escribiré con sangre con tinta sangre del corazón” definitivamente nos arruinaron la psiquis y nos pusieron un modo sufridor por default. Aunque personalmente prefiero ser de la generación que se crió con J. Jaramillo y no con J. Bieber.

Nuestro país se caracteriza por una gran variedad gastronómica pero también por una diversidad de bebidas con contenido alcohólico que muestran la creatividad de las personas (Trópico con Fresco Solo). Por ejemplo, mi tierra (Ibarra) se caracteriza por sus deliciosos helados de paila y el incomparable Norteño que, pensando en su público, lanzó una presentación en sachet, la cual es muy útil para ingresarla clandestinamente en estadios, coliseos y cualquier tipo de eventos sociales. En Guaranda está el clásico Pájaro Azul, en Cuenca el buen Zhumir con diversidad de presentaciones y sabores, en Manabí tenemos la Caña Manabita, en Esmeraldas nos deleitamos con Pedrito Coco y así puedo seguir enumerando el puro sabor nacional.

En el Ecuador cualquier pretexto es bueno para alzar una copa. Primero tenemos la infaltable cerveza helada que acompaña y ameniza los partidos de fútbol, las fiestas religiosas en donde lo que más hay es comida y trago, están las grandes y felices ocasiones que ameritan el descorche de una botella de Champagne Grand Duval y, por último, quién no ha sentido esa sed de “agua loca” cuando le han destrozado el corazón o simplemente se jaló en un examen. Además, como dicen por ahí, “mientras más prohibido, más rico” pues no hay nada más excitante para los ecuatorianos que violar la ley seca tanto por las ganas de brindar con los panas como por la adrenalina que causa el conseguir clandestinamente una botella del buen Zhumir o Norteño a la vecina de la esquina que hace las veces del Barón de la Cerveza.

Son esas veces que tenemos que pasar por un tratamiento médico o estamos de conductores d(r)esignados y no podemos unirnos a la fiesta porque tenemos que beber únicamente un “virgen cuba libre”, cuando nos damos cuenta de lo borracha que es esta sociedad y miramos con ojos inquisidores a los demás… Pero, no mintamos, todos hemos caído y nos hemos abrazado, hablando de la amistad... Es así como el alcohol funciona como uno de los más efectivos lubricantes sociales.

¿No será hambre?

 Hace unos días vi un meme que me recordó a un episodio que viví hace como cinco años y es una historia que todavía me sonroja cada vez que ...