jueves, 28 de enero de 2016

La última milla...

*Aclaración: No es queja, estoy ejerciendo mi legítimo derecho a hacer berriche*

Durante todos estos meses les he mantenido al tanto del embarazo, del crecimiento del pequeño, la ilusión de la espera, la magia que se siente al recibir las primeras pataditas...

Ahora estamos cumpliendo la semana 36 y la recta final se me ha vuelto más complicada de lo que creí. Han sido unos meses muy lindos, he crecido bastante (en todo sentido, especialmente a lo ancho) y he aprendido a amar a un hombrecito que aún no conozco. Sin embargo... ya quiero que salga!!! Les explico por qué:

Al principio del embarazo, las mujeres tenemos una hermosa pancita (todavía proporcional al cuerpo), tenemos un brillo en la mirada que cautiva a todos y el rostro se ilumina cuando hablamos del bebé que viene en camino. No obstante, con el paso de los meses, se va perdiendo el garbo y la elegancia al aumentar exponencialmente de tamaño. La ropa maternal me corta la circulación y lo único que me hace sentir cómoda es el forro de la lavadora.

Eso no es todo. El contoneo al caminar se ha visto reemplazado por un sexy movimiento de lado a lado, semejante al que podría tener un pingüino borracho; complementado con la mano en la cadera que trata, inútilmente, de disminuir el dolor lumbar. Y eso es nada, comparado con el espectáculo que representa llevantarme de un sofá o de la cama. Seguramente así se sienten las tortugas que quedan panza arriba. 


Los zapatos son mi propio purgatorio y muchas veces he tenido que esconderlos debajo del escritorio cuando estoy en horario de oficina. El aro de matrimonio se ha convertido en dije porque las manitos están tan hinchadas que ya no cabe ni en el dedo meñique. Si suman esto a las ojeras con las que amanezco porque la noche se vuelve más difícil entre el peso y el deseo de ir al baño... soy todo un esperpento.

En cualquier caso, ha sido toda una experiencia. En junio, nos enteramos que teníamos un pequeño renacuajo nadando en mi interior y nos llenó de dicha, aunque todavía era era imperceptible. Luego fue creciendo más y más, así como nuestro cariño; cuando tenía el tamaño de un aguacate, sentía sus delicadas caricias desde el interior. Ahora, con sus cerca de tres kilos y 44 cm., me da unas patadas voladoras que me quitan la respiración. 


Sé que nuestra aventura apenas comienza y, por ahora, nos desbordan los sentimientos. Tenemos mucha alegría, ansiedad, temor, emoción... Sin embargo, haremos un gran trabajo. Tenemos el ejemplo de nuestros padres (nosotros no quedamos tan mal!) y nos amamos con el alma. Ya en pocas semanas, toda esta incomodidad quedará atrás y, al fin, estaremos con nuestro Juan José en brazos.


¿No será hambre?

 Hace unos días vi un meme que me recordó a un episodio que viví hace como cinco años y es una historia que todavía me sonroja cada vez que ...