miércoles, 13 de mayo de 2020

Historias de cuarentena - Capítulo 3

Hoy ha sido un día extraño para mí. Me fui de llanto en media reunión de padres de familia por Google Meet (sí, lágrima, moco y baba en HD). Cuando empecé a hablar de cómo veo a mi hijo en las clases y lo duro que resulta pedirle que se siente en el computador y ponga atención, las lágrimas brotaron a borbotones.

Terminé mi intervención como pude y desactivé video y micrófono porque sentí mucha vergüenza y coraje conmigo al no poder contener mis emociones en una reunión de adultos que apenas conozco. Luego me disculpé por perder la compostura y traté de seguir la reunión como si nada (claro, como si eso fuera posible).

Creo que no me había dado cuenta de lo agotada que estoy, de lo frustrante que puede ser el homeschooling cuando la vocación no te da para eso, de lo abrumador que resulta tener llantos y peleas de dos pequeños todo el día: quiero ver Peppa, quiero teta pero hecha por ti y no por papá, la Emy me mordió, el Juanjo me quitó el caramelo y así 24 horas, 7 días a la semana por dos meses consecutivos.

Afortunadamente, estos días estamos compartiendo la cuarentena con mis papis quienes, junto con el hubby, supieron burlarse de mí vergüenza y hacerme reír durante el resto de la tarde. Nos tomamos una copa, jugamos jenga, comimos golosinas y cogimos impulso para un nuevo día.

Lo más hermoso de todo es que mis pequeños me cubrieron de besos, me dijeron que me aman y la vida tomó otro color. Para cerrar la noche, el Juanjo me dijo: “Mami, me gusta que haya coronavirus”, evidentemente, le pregunté por qué y su respuesta me caló profundamente: “Porque he podido estar mucho tiempo con ustedes, lo único que quiero cuando se acabe es irme al parque y a patinar en hielo”.

Mientras hay días en los que yo quiero botarlos por la ventana, ellos disfrutan teniendo todos los días a sus papitos. Creo que tengo mucho que aprender de mis pequeños diablitos... Pero eso sí, no pienso asomarme a las reuniones de padres de familia en un bueeeeen tiempo. 

sábado, 2 de mayo de 2020

Historias de cuarentena - Capítulo 2

Seguramente alguno de ustedes escuchó aquello de que "la ciudad más limpia no es la que más se barre sino la que menos se ensucia". Si llevamos esta premisa a nuestra casa, no calificaría como limpia porque mientras barremos por tercera vez el comedor, ya tenemos que volver a aspirar el dormitorio y limpar el yogurt que se regó en la sala.

Tengo la teoría de que nuestros hijos tienen miedo de perderse en el depar y van dejando migas por todo lado para poder llegar de nuevo a las golosinas. Los he visto regar el hielo en el piso y comer de ahí, al principio eso me preocupaba pero ahora pienso que es una forma de fortalecer sus defensas y generar anticuerpos.

En estos tiempos de caos, aprovechamos el feriado para lavar las cortinas (las huellas de galletas Oreo no combinan) y mientras empezamos a colgarlas de nuevo, nuestros hijos aprovecharon para bailar el jarabe tapatío en una de ellas. Lo que en un momento era un par de cortinas blancas y limpias, pasó a convertirse en flecos plomos y desastrosos; es como si un gato montés hubiera querido huir de mis hijos y se hubiera trepado en las cortinas (no podría culpar al gato por intentar salvar su vida).

En ese momento, con una profunda frustración encima, me acordé que cuando éramos pequeños y algo estaba viejito, nos decía que es mejor que se vea el cosido y no el roto. Entonces, me puse a buscar mi caja de galletas, más conocida como "costurero", donde guardo 2 hilos, 2 agujas, un botón y una tijera. Sin tener idea de cómo empezar (aunque en la escuela tuve clases de costura por 3 años o más) me puse manos a la obra.

Cinco minutos después, pensé que mis papás perdieron plata cuando invirtieron en mi educación y que, seguramente, mi mamá preferiría el roto a mi cosido. Mi esposo, viendo esa obra (y como sabe llegarme al corazón), me dijo "tranquila, mi amor, al menos tú tienes la mínima noción de lo que es coser. Yo ni eso". (Consuelo de bobos, será).

Mi Juanjo, como es un caballero andante (cuando quiere) me dijo: "Gracias, mamita por arreglarme la cortina. Para que no te canses, otro día coses lo que falta". Y yo: "Cómo que lo que falta!". Resulta que soy tan enana que no vi que todavía quedaban tres arañazos más en la esquina de arriba de la cortina... pero ese será problema de la Ani del futuro, hoy voy a aprovechar el silencio de la casa para poder recargar baterías para la batalla de mañana.

¿No será hambre?

 Hace unos días vi un meme que me recordó a un episodio que viví hace como cinco años y es una historia que todavía me sonroja cada vez que ...