jueves, 8 de octubre de 2015

A la mañana siguiente... un cuentito para variar el blog

Diana era una chica como las demás, con 20 años empezó a dejar atrás su adolescencia para dar paso a la adultez. Era una joven delgada, trigueña, con delicadas curvas que relucían perfectamente con los jeans de moda y las ceñidas blusas de originales diseños en el pecho.

Por donde caminaba llamaba la atención. Su belleza consistía en un largo y rizado cabello cuyo color original ha desaparecido con el paso de tintes y tratamientos. Era dueña de una brillante sonrisa que vio reflejado el sacrificio de la ortodoncia realizado durante su niñez  y dueña de unos grandes y vivaces ojos negros tan enigmáticos y profundos que más de uno se ha ahogado en ellos.

Diana disfrutaba de sus años de universidad en la carrera de Comunicación Social. Tenía un gran grupo de amigos y no podía dar un paso por el campus sin que encontrase alguien con quien saludar y charlar. Además, tenía una memoria prodigiosa pues lograba recordar todos los nombres, incluso aquellos que escuchó apenas una vez mientras salía de juerga.

Su carisma conquistaba a todo el que la conocía, pero tenía un defecto. Diana tenía mucha facilidad para enamorarse y una capacidad aún mayor para decepcionarse de las personas, por ello, su relación más larga no cumplió tres meses. Los argumentos para justificarlo eran tan diversos como absurdos: “es muy alto”, “es muy bajo”, “me absorbe”, “no tiene tiempo” y cualquier otra excusa como "es mi mejor amigo".

Así Diana cumplió dos décadas de vida con un corazón con más marcas que el mapa físico del Ecuador. El único amor que había construido sólidamente con el tiempo, fue hacia su cámara fotográfica, con la cual era capaz de captar imágenes que clamaban por justicia social y exigían reivindicación de derechos pese a que su ideología nunca estuvo marcada por la hoz y el martillo.

Podía ver una gran fotografía aún en medio del smog, el ruido y la basura. Su lente llamó la atención de compañeros y colegas, quienes reconocieron su trabajo. Sin duda, era una joven con un presente brillante y un futuro prometedor. Había conseguido todo cuanto se había planteado ya que sabía que sus objetivos eran alcanzables porque su determinación era indomable.

Con el tiempo aprendió a levantarse de las caídas fuertes, aprendió a burlarse de sí misma y a reírse de sus errores, aprendió a llorar por amor, aún sin saber si de verdad lo sentía. Su espíritu era una caja llena de sorpresas.

Los años de universidad transcurrieron en un abrir y cerrar de ojos. En tercer año de estudios se vinculó al sector público y empezó a trabar en lo que le apasionaba: Contar historias a través de la fotografía. Solo que ahora debía ocultar la desigualdad que tantas veces había sido denunciada por el lente de su cámara y tuvo que mostrar solamente un lado de la verdad. Así empezaron sus primeras crisis ético-profesionales pero las mitigaba cuando lograba captar un atardecer hermoso o la sonrisa de un niño.

Su disertación para graduarse fue tan peculiar como ella misma. Se trataba de la semiótica de la mujer en revistas deportivas del país. Esta investigación rompió esquemas y replanteó el debate sobre la objetivización de la mujer en el Ecuador. Sentía que lo tenía todo.

Días atrás, durante una cena, recordaba sus inicios en la universidad, sus primeros amigos y las travesuras que hacían. Ahora todos han crecido, ella ha tenido que vestir de largo y asistir a bodas de sus amigos cercanos e incluso a un par de bautizos. Ahora se encuentra a vísperas de su graduación, el título profesional que le servirá como pasaporte para continuar sus estudios.

Llegó la víspera de su defensa de tesis. La noche del 13 de agosto escogía cuidadosamente su traje de color café, sus zapatos y cartera que le harían juego a la mañana siguiente. También aprovechó para dejar a punto la presentación y su discurso de agradecimiento y se metió a la cama con la luz de la luna colándose por sus cortinas. Con mil pensamientos en su agotada cabeza, acarició la almohada y cerró sus ojos.

Los médicos dijeron que todo sucedió poco después de medianoche.

Quisiera creer que en sus sueños un ángel la envolvió entre sus alas y se la llevó volando. La verdad es que mientras dormía, una arteria en su cerebro era demasiado débil y explotó. Dicen que no sufrió, o al menos su dolor fue menor al que siento ahora, sentado frente a una lápida que lleva su nombre y exigiendo al cielo una explicación que no llega.

Tengo para recordarla su fortaleza, su sonrisa y su Nikon pero sigo náufrago en las oscuras aguas de sus ojos…

¿No será hambre?

 Hace unos días vi un meme que me recordó a un episodio que viví hace como cinco años y es una historia que todavía me sonroja cada vez que ...