jueves, 29 de septiembre de 2011

Mentiras blancas...

Desde pequeña aprendí el discurso de que la mentir es la peor ofensa que se le puede hacer a una persona porque no solo los herimos sino que menospreciamos su inteligencia al creer que nuestros inventos pueden ser creíbles. Así me engañó Disney también porque me emocionaba tanto al leer cuentos maravillosos como la Bella Durmiente o la Sirenita que terminaban en un final feliz y la bruja malvada tenía su merecido. Pero al crecer, y con la primera ruptura de un corazón adolescente, me di cuenta que eran patrañas.Y que la vida no tiene final feliz, solamente tiene un final.

Sin embargo, quiero detenerme en un poquito en mi infancia. Aquellos tiempos en los que me costaba estirarme para apagar la luz y tenía ese sentimiento de triunfo cuando tocaba el interruptor. Esos tiempos en los que temblaba de miedo porque me había comido los chocolates de mi papá y temía confesar la verdad porque seguro me iba a regañar y privar de chocolates en los próximos días. Pero también creía ciegamente en Papá Noel, en el Ratón de los Dientes y en que si no como la sopa, se me iban a caer los dientes.

También recuerdo que fue en esa época cuando aprendí sobre las mentiras blancas. Por ejemplo, cuando sonaba el teléfono y del otro lado de la línea estaba esa señora insoportable que mi mamá detestaba porque le ponía al tanto de los chismes de todo el vecindario. De esas señoras que se meten en la vida ajena porque son más interesantes que las suyas propias. Tengo la imagen de una Mini Ani, sosteniendo el teléfono, con los ojos muy abiertos y tartamudeando cuando me preguntaba "Está su mami?" mientras tenía a mi madre del otro lado diciéndome "Dile que no estoy".

En ese tiempo no entendía lo que debía callar porque simplemente era "Políticamente incorrecto", solamente me manejaba con aquello de las mentiras blancas y las mentiras de cualquier otro color. La división básicamente era la siguiente: Las mentiras blancas eran las que decían mis papás y todas las demás eran las que yo decía para salvarme, al menos, hasta ser descubierta. Pero con el tiempo y la experiencia uno va perfeccionando el viejo arte de maquillar la verdad ya sea porque teme herir a quien ama o porque debe cuidar lo que es suyo.

Hoy siento que he mentido, he violado lo que siempre he defendido.. Mi derecho a hablar! Sé que no tengo una mordaza en la boca ni una amenaza por escrito. Pero así como aprendí de pequeña que debía callar ciertas cosas, hoy tengo que callar muchas otras porque al parecer mi preparación y desempeño profesional no son suficientes sino que se requiere poner plata y persona.

Yo solo me pregunto... De qué color serán estas mentiras?

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