lunes, 6 de agosto de 2012

Once upon a time..


Hace muchos años escuchaba música clásica en viejos casetes cuyo paradero hoy me es desconocido. Cuando tenía oportunidad, miraba a los violinistas como pequeños muñequitos de cuerda con movimientos tan perfectos que emanaban un sonido tan vibrante como canto de sirena. Poco a poco quise involucrarme en la música pero mi única oportunidad sería con un instrumento ya que no fui bendecida con el don del canto, por eso soy el terror de los karaokes. 

Tuve una serie de intentos frustrados para entrar en clubes de música tanto en la escuela como en el colegio, por eso me dediqué a algo para lo que era realmente buena… meter lata! Y así me involucré en Congresos, Concursos de Oratoria, Libro Leído y demás. Pero sentía que algo me faltaba. De modo que, cuando ya fui lo suficientemente grandecita (superé el metro y medio) para solventarme mis gastos, me compré un violín y empecé a tomar clases con una profesora alemana que tenía paciencia de santo.

Si bien el trabajo me permitía costearme este pequeño hobby, la vida de estudiante y proletario  apenas me dejaba tiempo para practicar unas pocas notas que sonaban a gato atropellado. Sin embargo, me propuse continuar y así aprendí mi primera melodía “Alle meine Entchen” que es una versión alemana de “Los pollitos”. También aprendí a solfear y pude rendir con honores mi examen final que fue un recital con niños de menos de diez años en donde toqué “La Primavera” de Vivaldi.

Ahora que empezamos la mudanza a nuestro nuevo hogar, he tenido que deshacerme de muchas cosas. Algunas con valor sentimental, otras quizá significaron algo en el pasado pero hoy son solamente papeles amarillos y otras que son solo una muestra de lo malgastado que era el dinero en los años de universidad como por ejemplo, mi hermosa y extensa colección de etiquetas de cerveza.

Pero, sin duda, uno de los objetos que tuvo la despedida más difícil y emotiva fue mi viejo violincito de colores. El pobre estuvo almacenado durante más de tres años en la repisa más alta de mi closet y hoy por fin volvió a ver la luz del sol y a emitir ese hipnótico y vibrante sonido con sus desafinadas cuerdas. La repartición fue rápida, al azar y sin la presencia de un notario. Solo espero que mi pequeño amigo llegue a buenas manos y haga feliz a alguien como en su tiempo me hizo a mí.

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