lunes, 2 de abril de 2012

Alicaída, meditabunda y patidifusa..


Volver a tener entrevistas de trabajo es casi casi como tener una primera cita. Uno tiene que elegir ropa almidonada, que obviamente y para mi desgracia, tiene que pasar por la plancha antes de que me la pueda poner; tiene que peinarse, que eso en mí es algo parecido a un deporte extremo y; en el caso de las niñas, utilizar el bailejo para "coger las fallas". Eso sí, confieso que nunca uso perfume porque mi rinitis me hizo perder el olfato cuando iniciaba la secundaria y eso de los olores me tiene sin cuidado.

Luego de dos semanas de repartir hojas de vida como volantes de fritadería, recibir llamadas que jamás se concretaban, de acudir a reuniones con nervios de novia fea y hasta sintiendo húmedas las manos, de participar en entrevistas con el mismo lema de siempre “Tonta pero segura”, de rendir pruebas que harán una inexacta medición de mi cordura y, por último, sacar una interminable cantidad de documentos que van a ser almacenados en el departamento de Recursos Humanos sobre el cual yo tengo una opinión muy personal. Daré inicio a mi labor en una nueva escuelita, después de los estragos causados por la fanesca.

Normalmente suelo ser muy expresiva en cuanto a mis emociones y me apasiono por las cosas que hago, especialmente cuando se trata de nuevos proyectos. Definitivamente, éste no es el caso. Espero que el día lunes pueda asistir a mi nueva escuelita y poner el mayor empeño en los emprendimientos pero es difícil volar cuando le han mochado a uno las alitas que le permitían volar y soñar con los ojos abiertos.

Por un lado, es bueno sentir un reconocimiento por el trabajo realizado, el aprecio de los colegas que se vuelven amigos aunque algunos me doblaban en edad y la gente de comunidades a las que llegábamos a lomo de culebra, que sintió alguna conexión con esta pequeñita servidora. Pero por otro lado, aún me queda esa bronca por todo lo que quise hacer y no lo logré por falta de tiempo y de respaldo de las altas autoridades. Personas que sentadas en un escritorio hasta ahora no terminan de comprender que lo más importante para un servidor público es, precisamente, el servicio a la gente y no la repartición de las cuotas políticas.

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