La Amazonía ecuatoriana es una de las regiones más hermosas, impredecibles y más propicias aventurar. Gracias a mi trabajo, he tenido la oportunidad de conocer lugares que no son muy visitados pero que ofrecen paisajes maravillosos, aire limpio y una hospitalaria población.
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También he podido probar las delicias gastronómicas del país, tanto es así, que durante mi estadía en el Coca probé los famosos "mayones" o "chontacuros" pero la verdad, no lo volvería a hacer. Estos gusanitos son crujientes por fuera pero el centro líquido es un problema pues su sabor es una mezcla de sensaciones que no se llevan bien con mi paladar. Mi solitaria reclamó pues ella no admite competencia.
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Al día siguiente, iniciamos el viaje hasta Añango, una comunidad kichwua que ha desarrollado muy bien el turismo comunitario. La reunión resultó excelente! Hubieron compromisos, aplausos y felicitaciones. También hubo chicha masticada que, después de haber comido gusanos, ya no resultaba tan buena idea para mi estómago. Para bien o para mal, la señora que tenía el "pilche" con chicha empezó a repartirlo por otro lado y yo logré escabullirme sin probar este potaje pero sin quedar mal por rechazarlo.
Después avanzamos a Nuevo Rocafuerte que es la única parroquia urbana del cantón Aguarico, de la provincia de Orellana. Esta localidad, se encuentra a quince minutos del Parque Nacional Yasuní y a treinta minutos de la República del Perú. A este lugar solamente se accede por vía fluvial y, gracias a mi escuelita, pudimos acceder a la lancha rápida de la Armada. Sin embargo, uno de los motores falló y tuvimos que hacer un trasbordo en una lancha de Petroamazonas, la cual nos llevó al "Edén".
Yo no sé en qué estaban pensando los altos mandos de esta empresa al ponerle de nombre "Edén" a un pozo petrolero donde solamente hay señal de celular cuando uno se trepa a la punta de una antena, donde los mosquitos se ríen en la cara del repelente de insectos y donde el calor azota las 24 horas al día. Eso de edén, no tenía nada! Pero no puedo quejarme de la amabilidad de quienes trabajan en el lugar, quienes nos prestaron una lancha para llegar a nuestro destino, mientras la nuestra estaba arreglándose.
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Al día siguiente, los marinos se dedicaron a reparar el motor y alistaron todo para el nuevo recorrido. Habíamos avanzado ya casi 5 horas por el maravilloso Río Napo, disfrutando de la maravilla de la selva amazónica. Pero de pronto se detuvieron los motores porque nos habíamos quedado sin combustible. Quizá no era pasa asustarse, pero yo no había visto una estación de servicio en medio del camino, así que estábamos sin gasolina en medio del río y justo cuando el sol se empezaba a esconder.
Los marinos amarraron el bote a unos troncos en la orilla y partieron a buscar ayuda. Es fácil imaginarse las caras de preocupación de un grupo de 10 burócratas citadinos varados en un barco y con muchas
ideas hollywoodenses en la cabeza que solamente me ponían más nerviosa. Dos horas más tarde, cuando ya estaba entrada la noche, llegó una lancha con nuestro conductor, pusimos gasolina y emprendimos nuevamente el viaje pero todo estaba tan oscuro que no podíamos encontrar el camino de regreso.
Debo confesar que en ese momento ya no importaba ni el hambre ni las ganas de ir al baño, solamente quería estar a salvo porque estaba muy angustiada. Logramos avanzar hasta Pompeya y, como la suerte estuvo de nuestro lado, contratamos un bus de regreso al Coca. Al llegar a esa ciudad, me sentía como quien llega a la tierra prometida. Me sentía tan contenta porque estaba segura y tenía agua, luz, aire acondicionado y todos los medios para satisfacer mis necesidades. Me di cuenta de lo afortunada que soy y de que todavía queda mucho trabajo por hacer para garantizar a la población de los sitios más recónditos del país, una vida digna. (Aunque esa palabra está muy devaluada por la propaganda actual).