En el mundo
andino, sin duda, la comida es mucho más que el conjunto de alimentos que se consumen para
cumplir el consumo calórico necesario para las actividades vitales.
La comida es concebida como una de las expresiones más evidentes del afecto que se comparte y
permite a las personas sentirse integradas en un conglomerado social.
Por eso se explica que en cada esquina, parada de bus, parque parroquial exista un puesto de comida. Si vamos a celebrar un cumpleaños, se lo hace con comida; si vamos a farrear, primero pasemos comiendo; si tenemos una cita, la invitamos a cenar y así.. pongan ustedes el ejemplo y notarán que para nosotros no se concibe una tertulia en la que no haya alguna cualquier cosita de comer.
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Así mismo,
las abuelitas tienen ese superpoder de cocinar todo tan delicioso y en
cantidades que podrían matar a cualquier mortal pero hacen que los momentos
más felices que se comparten en familia sean aquellos basados en esas reuniones de comida, la misma que ser un simple almuerzo dominguero,
la cena de Navidad o la infaltable fanesca de Semana Santa.
El problema
es que, al parecer, en mi escuelita hay demasiado cariño: un día nos queremos con bolones,
otro día con choclitos desgranados, otro día con motes, otro día con
cevichochos y así todos los días compartimos mucho cariño ya sea pedido a domicilio o
hecho en casa. Y nada expresa más el aprecio que traer dulces y
postres que se comparten con todos los compañeritos.
Creo que por eso, cada vez que me
paro en la báscula, me doy cuenta que me sigo llenando de cariño... sobre todo en
la pancita.
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