Luego del post cargado de indignación y
nostalgia, pasemos a noticias más divertidas en la vida de la Ani. Resulta que
esto de retornar al pupitre resultó más divertido de lo que esperaba y le ha
dado a mi vida un montón de malas noches de estudio pero también muchos momentos
super gratos.
Resulta que caí en una escuelita hecha a mi
medida y no por lo chiquita sino por lo farrera. El rector de la Universidad es
un historiador de gran renombre, es brillante y tiene mucho carisma. Hasta el
momento, ha invitado a los estudiantes a dos cenas: la primera era solamente
para los “presis” de las distintas carreras y la segunda era una cena de
bienvenida para los estudiantes de primer año del área.
Se imaginarán la emoción que sentí cuando
recibí mi primera invitación. Pasé toda la noche anterior escogiendo la ropa y
planchándola, como si me gustara hacerlo. Al día siguiente pedí permiso en la
oficina para irme a la peluquería y, por primera vez después de mi matrimonio,
me volví a poner mascara en las pestañas. Eso quiere decir que estaba muy, muy,
muy entusiasmada. La cena estuvo bastante tranquila, sobria y me sentí fuera de
lugar entre todos los aspirantes a políticos y otros zalameros de carrera.
Pero la cena que realmente disfruté fue la
que compartí con mis compañeros porque ya fue con ropa menos almidonada,
más relajada hicimos un grupo divertido que, al calor de un par de amaretos,
pasamos una velada increíble. Se siente bien codearse con la alta alcurnia
académica y sin necesidad de adular a nadie terminé abrazada del Rector de la
universidad quien ya me apoda “Relajosa” aunque hasta ahora no me explico el
por qué.
Es bueno que toda la exigencia en deberes,
trabajos y lecturas se pueda ver compensada en esos momentos de esparcimiento y
más aún con mi nueva mejor amigui, Doña Esperancita, que nos recibe cada tarde
con un buen canelazo para iniciar la jornada vespertina.